domingo, 26 de enero de 2020

Julio Ramón Ribeyro

Los cuentos y el diario íntimo del gran escritor peruano

La edición 90 aniversario de tres libros claves de Julio Ramón Ribeyro 

Es uno de los mayores escritores latinoamericanos del siglo 20, que como su compatriota José María Arguedas, se mantuvo al margen del boom y renegó de la profesionalización del escritor. Nacido en 1929 -murió en 1994- el peruano Julio Ramón Ribeyro destacó en el cuento y escribió un diario que significa un gran aporte al género íntimo. Seix Barral publicó tres libros claves en una edición conmemorativa de sus 90 años: La tentación del fracaso (Diario), los cuentos de La palabra del mudo y la variedad de Prosas apátridas. Un conjunto que revela un saber, una técnica y una concepción del mundo y de la literatura.

Alto, flaco, casi escuálido, el gesto de Julio Ramón Ribeyro en sus fotografías (muchas veces su sonrisa) se oculta detrás de una bocanada de humo. Poco se parecen a las imágenes icónicas de Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez o Julio Cortázar con un gato. A pesar de su aura de actor de cine, que hubiera funcionado bien como latino de Hollywood, Ribeyro pasaba desapercibido hasta para su propia imagen. En un pasaje de su diario anota con pesar: “Todos o casi todos los escritores de mi generación han escrito un libro narrativo que condensa su saber, su experiencia, su técnica, su concepción del mundo y la literatura. Vargas Llosa, La casa Verde; Roa Bastos, Yo el supremo; Carlos Fuentes, Terra Nostra; Goytisolo, Recuento; Donoso, El obsceno pájaro de la noche, etc. Solo yo no he producido un libro equivalente y a los 48 años no creo que lo pueda producir”.

Ribeyro era propenso a esta clase de fatalismos que convertía en motor para su escritura. Recientemente, Seix Barral distribuyó en librerías argentinas, en una edición conmemorativa por su 90 aniversario, tres libros ineludibles. Su descomunal diario La tentación del fracaso, pieza clave del genero íntimo en cualquier lengua, los cuentos reunidos en La palabra del mudo, y Prosas Apátridas, un texto que se adelantó por varios años a lo que hoy llamamos “literatura del yo”. Puestos uno al lado del otro condensan eso que Ribeyro añoraba: un saber, una técnica y una concepción del mundo y de la literatura, única e irrepetible, de uno de los escritores modernos más importantes del siglo pasado.
¿Quién fue este tipo alto y delgado, propenso a una melancolía obstinada, reservado y noctámbulo, un personaje que parece salido de un cuento periférico de Kafka? Nació en Lima, Perú, en el año 1929. Pertenecía a una familia de abogados y diplomáticos. Su padre Julio Ramón Ribeyro Bonello, un empleado de la casa Ferreyro, era de clase media, pero su familia pertenecía a la aristocracia limeña. Entre sus ancestros se contaban diplomáticos y personajes ilustres de la política peruana con una tendencia conservadora. La infancia de Julio Ramón hijo transcurrió en barrio Miraflores y se esperaba de él que continuara con el linaje y la tradición en la práctica de las leyes; de él se esperaban grandes cosas, y así lo intentó. Se anotó en la carrera de abogacía en la Pontificia Universidad Católica del Perú en el año 1946. Estudió derecho pero al poco tiempo, muy a pesar de su familia, realizó estudios en literatura hasta doctorarse.
Por aquellos años, la ciudad sufría uno de los cambios demográficos más importantes de su historia. A mediados de los años 30, producto de una profunda crisis económica, el movimiento migratorio de la sierra a la costa generó un impacto social sin precedentes. La coqueta Lima, con sus casas de tejas españolas y sus bulevares, se convertía en un epicentro convulsionado, una mezcla de clases en donde el racismo contra los “serranos” y la cultura indígena, que se desparramaba en los comercios y en los barrios de las sierras, campeaba. El modelo de escritor indigenista de José María Arguedas y Ciro Alegría se transformaba con las experiencias urbanas y la violencia callejera.

Ribeyro no fue ajeno a esos cambios. Después de sus clases en la Universidad estudiaba con parsimonia y regularidad. Por las noches, a pesar del rechazo que experimentaba, era atraído por estos cambios fascinantes. Dice en el primer diario limeño: “Estoy asqueado de la bohemia. Ayer me he codeado con la hez de la vida nocturna, he conocido de cerca al hampa de la ciudad.” El descenso a los bajos fondos le permitió a Ribeyro convertirse en un cartógrafo de la ebullición urbana. Muchos de sus cuentos retratan personajes de la clase media y media baja limeña, la escalada o el descenso de sus ambiciones dentro del proceso de modernización que sufrió esa capital sin democratización. En “Por las azoteas”, uno de los cuentos más conocidos de 1958, un chico se ratea en la escuela para saltar de techo en techo convirtiéndose en un “monarca de un reino de objetos destruidos”. En “Las botellas y los hombres”, también de 1958, un joven consigue un trabajo como junta pelotas en un club de tenis para escapar del vínculo asfixiante con su padre y abrazar secretamente su ambición de ascenso de clase. Cuando su padre se presenta en el club, los viejos códigos sociales le vuelven como una mancha reprimida: “Sin poderlo evitar, observó con más atención el aspecto de su padre. Sus codos raídos, la basta deshilachada del pantalón, adquirieron en ese momento a sus ojos una significación moral: se daba cuenta de que en Lima no se podía ser pobre, que la pobreza aquí era una espantosa mancha moral, la prueba plena de una mala reputación”.
Los personajes son incapaces de distinguir entre la realidad y la ficción, se encuentran alienados por la subsistencia en una ciudad que los repele. Como un John Cheever del suburbio limeño –salvando las enormes diferencias de contexto-, Julio Ramón Ribeyro refleja incipientemente en sus primeros cuentos estas contradicciones, en donde la anulación de la conciencia de clase se refracta en una anulación de la solidaridad social. El componente satírico en algunos cuentos funcionan como un auscultador moral. En “Vaquita Muerta”, por ejemplo, un grupo de amigos tienen que comunicarle a uno de ellos que su mujer ha muerto. Hasta que al final del relato, uno decide despachar la noticia por teléfono, para volver a sus rituales nocturnos.
El proceso urbanizador de Lima reforzó la estratificación social. Las posibilidades de desarrollar una carrera profesional como escritor parecían imposibles, y Ribeyro obtuvo una beca de nueve meses para estudiar periodismo en Madrid, en el año 1953. Inició un circuito de becas y de vida en pensiones, por lo que gran parte de su obra cuentística fue escrita en Europa. De ahí, señala Julio Ortega en la introducción a sus cuentos completos, radica la dificultad para situar su obra. en su viaje hacia el viejo continente, comenzó un largo camino hacia la introspección, la reflexión sobre la escritura, el vagabundeo por las ciudades europeas. La escritura de Ribeyro fue removiendo un terreno personal, construyendo una patria sin lugar ni tiempo. De París a Madrid, de regreso a París, pasando por Polonia y la vieja Checoslovaquia, una larga estadía en Munich y de regreso a París, las entradas de su diario retratan las contradicciones de la identidad del latinoamericano en Europa.

En ese periplo interior, por momentos doloroso y agobiante, por momentos iluminador, Ribeyro no fue tentado solamente por el fracaso, sino también por el éxito, por la plenitud laboral, por la participación política; por las amistades, las mujeres, los amores. Fue tentado por las modas literarias, e incluso, en términos formales, por el fantástico, por la ironía impiadosa. La escritura fue para Ribeyro un arte de la evasión. Siempre eligió la ambigüedad por sobre las soluciones formales, la fuga por sobre la lectura cómoda, la sugestión por sobre la exposición acelerada de los acontecimientos. Todo en Ribeyro parece llegar tarde; los finales, los personajes, los viajes; incluso el éxito. Y cuando finalmente se logra aquello que se anhela, se lo evade, se lo dinamita; se lo vuelve escritura. Anota en su diario: “Cojo un papel, leo un poco, lo archivo; cojo otro, añado una línea, lo guardo; cojo un tercero, lo rompo… y así pasa el tiempo, perdido entre mil despojos, mil ideas movedizas, y nada, nada realizado. Profesionalización del trabajo literario: nefasto”.
A diferencia de sus colegas del boom, Ribeyro no es un constructor ni un topólogo. No se trata de construir los cimientos de una casa (La casa verde de Vargas Llosa), o de configurar un espacio imaginario que establezca zonas de enlace entre la tradición latinoamericana, norteamericana y europea (Macondo o Santa María), sino de habitar esos espacios no propios. Una de las grandes preocupaciones de Ribeyro en su diario es la que persigue a todos los escritores y escritoras, ¿qué se necesita para escribir? “¿Qué cosas hay que poner en una obra para durar?”. Una y otra vez – fiel a las convenciones neuróticas del género íntimo – Ribeyro se muestra eufórico cuando logra una frase que lo convence, y al día siguiente, se asume desdichado luego de perder un día entero con la misma frase. Los dilemas cotidianos se vuelven un cerco. Las cartas que no llegan, las amantes que no contestan, el dinero que no alcanza: al igual que el diario de Kafka la enfermedad es una preocupación constante que atraviesa su escritura en estado puro. No es una escritura hipocondríaca, sino una enfermedad más sutil y metafísica; una enfermedad que tiene que ver con la identidad que se asume en el destierro.

“¿Nos gustan las ciudades por lo que son o por la gente conocemos en ellas?” se pregunta Ribeyro en el diario. Su literatura está también cargada de viajes que operan como transiciones. Es un viajero lento, rayano en la inmovilidad. Su diario funciona como un dietario de experiencias citadinas, ciudades en las que fue poco feliz: Madrid, Lima, Paris, Múnich. La aventura de Ribeyro es poco heroica, y ante cada nueva ciudad que lo aloja se abre una zona de conflicto y ambigüedad. La experiencia errante por Europa se adelanta muchos años a los movimientos sombríos de los personajes de Bolaño en Los Detectives Salvajes. Pero si Arturo Belano y Ulises Lima viajaban lentamente hacia su disolución para dar espacio a la memoria de una voz colectiva, lo que desaparece en Ribeyro es la materialidad del espacio para dar lugar a visiones de un paisaje abstracto. El desencanto en Ribeyro no se relaciona con el fracaso político de una generación. Es una errancia impulsada por una necesidad vital siempre al borde de la desidia y la desventura. Las preguntas que inquietan a Ribeyro – y a sus lectores – son de difícil resolución, señala Ortega: “Tienen que ver con el lenguaje que asume un mundo que dice como un objeto insuficiente al decir mismo”.
Ese lenguaje es, según señala Enrique Vila-Matas en su prólogo a La Tentación del Fracaso, un viaje que busca disolverse “en un mundo de paisajes tan abstractos como inciertos, y escapar así tanto del relato sombrío de su vida como del recuento del universo de los otros. Al fin de cuentas, seguramente se descansa mejor perdiéndose uno en un mundo sigiloso y sereno, sin personajes.” ¿No es esa la condición de un apátrida? ¿La ambición que Gustave Flaubert volcó en sus ansiosas cartas a Louise Colet de escribir un libro “sobre nada”? En Prosas apátridas Ribeyro logra el cometido flaubertiano: un libro peregrino, cuyos textos no encontraron lugar en otros libros, y terminaron agrupados bajo un mismo concepto: el acto de mirar como una forma de disolución en un paisaje ajeno.

En esa serie de bellos fragmentos, en donde Ribeyro desliza leves observaciones sobre los trenes, las mujeres, la vida en el exterior, ventanas y más ventanas, el escritor limeño se va librando de las ataduras; de la obligación del éxito literario, de la carga de los personajes, de la obsesión por la forma literaria, para construir un relato que es pura voz. O como señala él mismo: “yo no tengo un estilo: tengo solo una tonada. Y lo importante no es ser cuentista, novelista, ensayista o dramaturgo, sino simplemente escritor”.
>Unos fragmentos del diario La tentación del fracaso
Escritura y creación
Escribir no es un acto continuo. Generalmente va acompañado de largos intervalos de distracción durante las cuales se hacen dibujitos al margen del papel, se enciende un cigarrillo, se mira por la ventana, se piensa en cosas que no tienen nada que ver con literatura. Por esta razón, si a las ocho de la mañana nos sentamos en nuestra mesa de trabajo y a las ocho de la noche no hemos escrito una página, no puede decirse que hemos tardado doce horas en escribirla. Es necesario deducir de este tiempo todas las pausas enunciadas.

Pero todas las pausas han sido importantes porque forman parte del tiempo de la creación. Creación y escritura son dos actos diferentes, entre los cuales no existe una relación de necesidad sino una relación convencional. La verdadera creación se efectúa al nivel de la inteligencia pura y la escritura no es sino el signo que la transporta al mundo sensible, le da fijeza y curso obligatorio. La escritura es el signo visible y universal de un proceso invisible y personal. Un creador no es forzosamente un escritor. Existen, sin duda, creadores incapaces de expresarse. Un creador es aquel que ha encontrado el correlato perceptible de su proceso interior.
Este fenómeno no es tan simple. Entre creación y escritura hay interdependencia. En la mayoría de los casos la escritura no solo es la traducción simbólica de la creación, sino que a su vez opera sobre ella, hasta el punto de convertirla en una consecuencia de la escritura. Las nociones de ritmo, de consonancia, de armonía, de aliteración, reactúan desde el plano del signo y condicionan la marcha de la creación. Cuando este condicionamiento se convierte en predominio caemos en lo que se llama “formalismo”. (revisar)
La noche
¿Quién conoce mi faceta de animal nocturno? Cuántas veces en mi cuarto, estando ocupado en alguna lectura, he sentido penetrar por las ventanas, por las rendijas de la puerta, el llamado de la noche. Ponerse el abrigo y comenzar a caminar. Pequeñas luces, cielos opacos o estrellados, gente que sale lavada, peinada, en busca de placer. Estaciones en los bares, sin precipitación, bebiendo a pausas un trago fino, mirando, pensando, sintiendo operarse la transfiguración… De pronto ya somos otro: una de nuestras cien personalidades muertas o rechazadas nos ocupa. Nuestro cuerpo la portará, la soportará hasta el alba. Luego la enterraré en alguna mala cama de hotel, en la última copa que no debió nunca venir. Rostros de mujer, bellas cortesanas, besos pagados, comedia del amor, mis largas, mis incontables noches de bebedor anónimo en Europa, qué cosas me han enseñado.
¿Por qué escribo?
Escribo porque el placer que me produce el acto de escribir es de una calidad tan especial que no puedo compararlo con ningún otro que pueda ofrecerme la vida. Bien entendido, no se trata de un placer físico, y justamente lo que no sé es en qué plano de nuestra sensibilidad se da este placer. Biológicamente, escribir me daña: fumo demasiado, muchas veces bebo, se me entumecen los dedos, me arden los músculos del cuello, y siento todos los síntomas de la tortura. Pero todo esto va acompañado paralelamente de un gozo tan singular que podría hablarse casi de un caso de masoquismo si es que no fuera más justo invocar el ejemplo de los místicos que se disciplinan. Lejos de mi sin embargo darle al acto de escribir un carácter sacral o religioso. Pero sí sostengo que escribir es una inmolación consciente y razonada que el escritor – el verdadero – hace de su tiempo, de su salud, de sus intereses materiales, de su vida, en suma, para crear un orden de palabras que lo satisfaga. ¿Qué es escribir si no inventar un autor a la medida de nuestro gusto?
Diario

Relectura de mi diario, un poco a vuelo de pájaro deteniéndome aquí y allá. Empecé por el cuaderno más viejo: el del año 1950. Hace algún tiempo destruí los de los años 47, 48 y 49 que estaban dedicados en su mayor parte a comentar los libros que leía. El cuaderno del 50 es casi ilegible, salvo cuatro o cinco páginas que no he tarjado. El cuaderno verde de Paris es interesante, pero tiene mucha basura. El cuaderno verde de Munich es flojo. Las páginas de Mortsel están mejor. Solo entonces comencé a darme cuenta de que el diario formaba parte de mi obra y no solamente de mi vida. Los mejores son los diarios de Berlín y de Lima a mi regreso. En ellos creo haber encontrado el estilo del diario íntimo: un estilo apretado, expresivo que interesa no solamente como testimonio sino también como literatura. Si continúo por el mismo camino creo que mi diario, de aquí a algunos años, será probablemente la más importante de mis obras. Esto no me alegra, ciertamente. 

lunes, 30 de diciembre de 2019

Balance Series 2019

Balance Series 2019

La sensación de mirar varias cosas al mismo tiempo

Este año pegaron fuerte las explosiones de Chernobyl, los golpes de Monzón, la prosapia inglesa de Phoebe Waller-Bridge, los dilemas familiares de Succession, junto con la seguidilla de incontables opciones de ficción seriada. Además de Game of Thrones, claro. 


Un año estrábico. Lo más destacado del universo seriófilo versión 2019 dejó la sensación de estar mirando varias cosas al mismo tiempo. Y de tener un tercer ojo, cual Shiva, ese sentido estaría dedicado a otra pantalla. No sólo por el tiempo dedicado a la ficción bajo este formato sino por el juego entre pasado, presente y futuro que ofrecieron estos 365 días en materia de series. Hubo atisbos de lo que vendrá con Years & Years; Love, Death & Robots; la continuación de The Handmaid’s Tale pero también de la batalla al caer con el resto de las plataformas por el arribo de Disney+. De lo remoto se ocuparon las miniseries, la tercera temporada de Stranger Things con su festejo ochentoso y la retromanía generada con el festejo de los 25 años del final de Friends. También están las entregas que juegan a la mescolanza temporal como Watchmen o la última temporada de la nunca bien ponderada This Is Us. Fue, ni más ni menos, el año en que los dragones de Game of Thrones levantaron vuelo por última vez. Aquí algunas apostillas de este tiempo múltiple que está por irse.
¿El año de las miniseries? 

Quizá por su compresión narrativa y finitud asegurada, las miniseries se transformaron en uno de los fenómenos de 2019. Formato que, por otra parte, sirvió como amonestación para algunas ficciones por su extensión chiclosa y supuso una apuesta menos riesgosa para la industria. Como bromearan durante la última entrega de los premios Emmy: “miniserie es otra manera de decir serie cancelada”. Dentro de este marco, hubo lugar para esa rareza llamada El Cristal Encantado: La Era de la Resistencia (Netflix). Una obra realizada por los herederos del titiritero Jim Henson, con reminiscencias de Tolkien, donde prevaleció el uso orgánico y artesanal de las marionetas. Antes que una ficción, fue una pieza de ingeniería fantástica que detentó un profundo amor por su confección anacrónica. Sin embargo, dentro de las miniseries primaron las recreaciones históricas como A Very English Scandal (BBC) y Fosse/Verdon (Fox Premium Series). Esta última ofreció romance, turbulencias emocionales, laborales y “all that jazz” a partir de la vida de dos leyendas de Broadway. Netflix, además, aportó Unbelievable y When They See Us, obras espinosas, didácticas sobre el rol de la mujer y el racismo, comprometidas con dichas causas, sin que eso fuese en desmedro del relato. Una siguió de cerca el maltrato psicológico e institucional que sufriera una víctima de violación; la otra repasó el caso de un grupo de adolescentes afroamericanos y latinos condenados injustamente de abusar y golpear brutalmente a una mujer blanca en los ’80.
Ninguna entrega (serie o miniserie) generó tanto runrún como Chernobyl. En cinco episodios, la producción de HBO revivió el desastre en la central nuclear ucraniana fechado en abril de 1986. Con detallismo y espanto se retrató el caos, las instancias políticas, las labores a pie de los reactores, configuró héroes en Boris Scherbina (Stellan Skarsgård), Valery Legasov (Jared Harris) y un villano antológico llamado Anatoly Dyatlov (Paul Ritter). Chernobyl, concebida por Craig Mazin y dirigida por Johan Renck, recibió múltiples premios y loas de la crítica al igual que objeciones por el uso del inglés como lengua madre y por contar el punto de vista “americano” de la historia. El mayor corte de manga fue perpetrado por la señal rusa NTV al anunciar la realización de otra versión de lo acontecido con una visión ciertamente distinta de los hechos. Más de un periodista argentino, en medio del boom turístico en la región, viajó hasta allí para confeccionar informes entrecruzados por hiperrealidad.
Golpe a golpe
Fueron tres golpes y uno terminó en KO. Las propuestas más destacadas del ámbito local fueron Monzón (Space), Apache (Neflix) y El Marginal 3 (Tevé Pública). Las dos biopics y la continuación sobre las matufias de San Onofre parecieron tocar pasajes similares aunque la ejecución final resultó muy diferente. El producto de Underground, en esta temporada profundizó en la fórmula que le ha dado frutos: violencia patibularia, humor cruento, personajes hoscos y el telón de fondo del confinamiento carcelario. El juego del choque de clases y la invitación a participar de ese ámbito decrépito tuvo al “Moco” (Toto Ferro) en el centro de la escena. Un chico de clase alta que llega al penal por haber sido responsable de la muerte de dos personas en un accidente de tránsito. Apache: la vida de Carlos Tévez propuso el camino inverso. Versión oficialísima de la infancia del jugador, dirigida por Adrián Caetano, al punto que el ídolo de Boca apareció en cámara relatando sus recuerdos de superación. La narrativa sacó provecho de situaciones hostiles en un barrio donde manda el desamparo. La más lograda de las tres fue Monzón. La biopic del “ídolo, campeón y femicida”, como rezaba la promoción de la serie, optó por constituir el relato desde el último de los tres perfiles. Por un lado, se presentó su debacle con notas del policial de investigación acerca del asesinato de su última pareja (Carla Quevedo). Por el otro, se repasaron las luces y sombras del boxeador (encarnado por Mauricio Paniagua y Jorge Román). Si había temor al panegírico, la explotación al estilo Sin Condena o el arquetipo del “boxing film”, Monzón respondió con una contundencia y oscuridad evidentes.

La euforia de la educación sexual
¿Qué quedaría del encuentro entre Otis Milburn y Rue Bennet? Mejor dejarlos así. Ya tienen demasiados problemas en Sex Education (Netflix) y Euphoria (HBO), respectivamente. La primera trató el pasaje incómodo, hormonal e identitario bajo el contexto de una secundaria inglesa. La segunda es todo eso sumándole psicofármacos y California. Ambas fueron las series más destacadas sobre el espíritu adolescente de 2019. Y el retrato fue crudo, por momentos evanescente y divertido pero lejos de lo superficial. Dos coming of age en las que hubo abortos, masturbaciones vía Internet, pibes pasados de la raya, una chica trans que curte con tipos adultos, un amigo gay que se enfrenta a sus padres, una madre sexóloga y una ex estrella Disney como protagonista. Dejamos al espectador que las vea y reconozca cuál temática y personaje pertenece a cada serie. No quedan dudas: Otis y Rue se llevarían de maravillas.
Amigos confortables
Este año se cumplió un cuarto de siglo del arribo de Friends a la tevé. Un simple hecho numérico sirvió para que la historia acerca del sexteto neoyorquino volviera al centro de la escena ¿O nunca se había ido? El punto es que la comedia, creada por Marta Kaufmann y David Crane, hoy es tan o más lucrativa que en sus días de gloria. Se asegura que Netflix desembolsó 100 millones de dólares solo por tener los capítulos durante 2019. La friolera corrobora la suposición sobre la altísima demanda de la serie en su portfolio digital. Un artículo de The Guardian le puso nombre al fenómeno que tiene a Friends como su ejemplo más cabal: ésta es la era de la tevé confortable. En la bolsa entran otras comedias como The Fresh Prince of Bel-Air, y programas para ver pañuelo en mano como Gilmore Girls y Greys Anatomy. Según este razonamiento, muchos espectadores optarían por ver los mismos viejos programas, una y otra vez, sin tanta culpa. Puede que Barry, Muñeca Rusa y Better Things sean muy actuales, tengan su encanto o puro hype, pero según marcan los algoritmos, los espectadores buscan apoltronarse como cuando Chandler y Joey veían Baywatch. Hay otro dato que corrobora la idea: Warner Media, la dueña de los derechos de Friends, anunció que se reservará las diez temporadas desde 2020.

Simplemente Phoebe…
No es un resabio del párrafo anterior sino de lo que logró por sus propios méritos la británica Phoebe Waller-Bridge con Killing Eve (Paramount) y, principalmente, gracias a la nueva temporada de Fleabag (Amazon Prime Video). Todas las ficciones que protagoniza, escribe o concibe llevan su marca de acidez, humor negro y existencialismo hilarante. Hoy en día, nadie quiebra la cuarta pared como cuando la londinense interpreta a la pulgosa. Los seis episodios de esta temporada jugaron con lo confesional, lo sexual, la infatuación por un cura sexy, los discursos de época, muecas frente a cámara e historias de amor que le dejaron la nariz sangrante.

Risas de vampiros y viudos gervaisianos
En el terreno de la comedia se despidieron Veep (HBO) y The Big Bang Theory (Warner Channel), mientras que Barry (HBO) y Brooklyn Nine-Nine (Netflix) mantuvieron un gran nivel. Pero si hablamos de extrañeza y carcajadas debe destacarse a What we do in the shadows (Fox Premium Series) y After Life (Netflix).
La primera significó la continuación de Casa Vampiro (Taika Waititi y Jemaine Clement 2014). La idea, tan simple como sanguinolenta, es seguir el presente de seres con costumbres decimonónicas bajo el formato de un docureality. Dentro de la nueva troupe hay uno con aspecto de oficinista que no succiona sangre sino la energía con charlas aburridas. Cada escena de WWDITS guarda un chiste memorable como aquel en el que realizaron una reunión de vampiros cinematográficos. Además de los actores de la película original, Danny Trejo, Tilda Swinton, Evan Rachel Wood y Wesley Snipes reinterpretaron a sus criaturas de la noche.
 Otra comedia peculiar fue After Life (Netflix). La serie de Ricky Gervais presentó a Tony, un hombre que tras la muerte de su esposa por un cáncer decide no tener filtro con el resto de los seres vivos. El protagonista desprecia a los seres de su especie y cree que al cantarle las cuarenta a los demás posee una superpoder. “La humanidad es una plaga. Somos un parásito asqueroso y egoísta y el mundo estaría mejor sin nosotros”, se presenta. Obra típicamente gervaisiana por temática y estilo pero donde dejó aflorar otro tipo de sensibilidad. Bajo esa coraza de chistes bestiales, están las acciones y consecuencias de un sujeto al que la vida le presentó una partida difícil.

Una familia muy normal
Yellowstone (Paramount Channel) introdujo a John Dutton (Kevin Costner), el propietario del latifundio más grande de los Estados Unidos junto con los dilemas de sus tres hijos. El consenso general en materia de ficción televisiva, por otra parte, es que la segunda temporada de Succession (HBO) fue de lo mejor que dio la televisión en mucho tiempo. Diez nuevos episodios sobre la brutalidad encarnada en los omnipotentes Roy ¿Qué hubo de nuevo en la historia del clan? Nada. Peleas. Traiciones. Despellejamientos verbales bajo escenarios de ensueño (yates, salas de conferencias o una casona en los Hamptons). El gran logro de la serie es que puede ser vista como una tragedia shakespeariana y una sátira al mismo tiempo. O como dijera su creador, Jesse Armstrong, “es como ese film danés La Celebración mezclado con Dallas”. Lo que falta de humanidad en Logan Roy y sus descendientes le sobra en los insultos más dolorosos de la tevé actual. Sólo un ejemplo: “Sos el rico más pobre de los Estados Unidos”. Para sobreponerse a tal nivel de crueldad familiar existieron This Is Us (Fox Premium Series) con una cuarta temporada que mantuvo el buen filón narrativo y emocional, y el final de ciclo para la sueca Bonus Familjen. Cierre para el arco de Lisa y Patrik, sus ex, los hijos, hijas, hijes sin golpes bajos, mezclando algunos retazos de felicidad y vínculos con tonada nórdica.
El último vuelo de los dragones
El 20 de mayo se emitió el último de los setenta y tres episodios que conformaron Game of Thrones (HBO). “El trono de hierro” –así se llamó la conclusión- supuso un metal muy caliente para los personajes de la serie y lo que vendría después. ¿Cuál sería la entrega que ocuparía el casillero vacante GOT en materia de fantasía, saña, rosca y todo lo demás también? En la tómbola aparecieron propuestas de la propia casa matriz (His Dark Materials, Watchmen, la cancelada The Long Night y la anunciada House of the Dragon), de Netflix (The Witcher) y de Amazon (The Lord of the rings esperada para 2020). Si la búsqueda es sentarse en el trono, pueden hacerse a un lado: el vuelo del dragón será imposible de emular. La guerra más salvaje por el trono de la ficción seriada, sin embargo, es una bien real y se libra por los suscriptores a las plataformas de streaming (Netflix, Amazon Prime Video, Hulu, Starzplay y Facebook Watch) que ahora disponen de un nuevo contendiente: Disney+. La plataforma fue lanzada a comienzos de noviembre y por el momento sólo está disponible en los Estados Unidos y unos pocos países centrales (Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Holanda). Recién arribaría a América latina y Europa el año que viene. Su bocanada inaugural en el VOD fue con The Mandalorian. Serie que anida magistralmente en el western espacial y cuenta con ese gran poder simbólico que es Star Wars­. Dicho de otro modo, los dragones dejaron lugar a la insaciable factoría del ratón.

domingo, 29 de diciembre de 2019

Todos los caminos conducen al Oscar

Calendario de premios de la industria de Hollywood

Todos los caminos conducen al Oscar

Empezando por los Globos de Oro, la temporada de estatuillas arranca el 5 de enero y hasta el 9 de febrero no se detiene. Este año, Netflix pisa fuerte. 

 Enero y febrero no son solamente playa, montaña, solcito y pileta. Durante el primer bimestre se extenderán las alfombras rojas para las entregas de los premios más importantes al cine y la televisión de Estados Unidos, en un recorrido que se inaugurará oficialmente el primer domingo del año con la ceremonia de los Globos de Oro y culminará allá por el 9 de febrero con la entrega de los Oscar. Entre medio estarán los reconocimientos de los distintos sindicatos de Hollywood y de varias academias de cine europeas, entre ellas las de España e Inglaterra. A continuación, entonces, un recorrido por las fechas más importantes de la temporada dorada del hemisferio norte, que siempre tiene repercusión en la cartelera local.

-Globos de Oro: La 77° edición de los galardones otorgados por la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood (HFPA, por sus siglas en inglés) se realizará el domingo 5 de enero en el hotel Beverly Hilton de Los Ángeles, con el británico Ricky Gervais oficiando de presentador por quinta vez. Ocurra lo que ocurra esa noche, Netflix ya puede darse como ganador, con dos de sus películas partiendo como favoritas. Se trata de Historia de un matrimonio, de Noah Baumbach, y El irlandés, de Martin Scorsese, con seis y cinco nominaciones, respectivamente. También cinco tiene Había una vez... en Hollywood, de Quentin Tarantino La N roja, en cambio, tendrá en HBO un duro rival en los rubros de la pantalla chica, con la primera acumulando 17 nominaciones contra 15 de la señal premium. Chernobyl, The Crown y Unbelievable, con cuatro cada una, lideran las preferencias.
-PGA, DGA, WGA y SAG: Es cierto que los premios de los sindicatos de la industria audiovisual de Hollywood no tienen el alance planetario del Oscar, pero la presencia de un nutrido grupo de electores tanto en alguna de esas agrupaciones como en la Academia de Hollywood obliga a prestarles atención, al menos como “adelanto” de lo que podría ocurrir el 9 de febrero. El Sindicato de Guionistas dará a conocer las ternas de los WGA (Writers Guild Awards) el lunes 6 de enero, y al otro día harán lo propio el de los Productores (PGA, Producers Guild Awards) y Directores (DGA, Directors Guild Awards). Las ceremonias están pautadas para los sábados 18/1, 25/1 y 1°/2, respectivamente. Por su parte, el Sindicato de Actores anunció las ternas para los SAG (Screen Actors Guild Awards) el 11 de diciembre. Difícil determinar una favorita, ya que hay tres películas con cuatro nominaciones: El irlandés, Había una vez... en Hollywood y El escándalo, de Jay Roach, que llegará a las salas argentinas el 16 de enero. También con cuatro está la serie The Marvelous Mrs. Maisel, seguida por The Crown y Fleabag, con tres. La gala será el domingo 19 de enero.
-Bafta: La Academia de Cine y Televisión Británica revelará sus ternas el martes 7 de enero, mientras que el 2 de febrero, en Londres, llevará adelante su 73° gala. Más allá de que haya un océano de por medio, al Bafta hay que prestarle atención porque históricamente sirvió como indicio del paladar de los electores británicos del Oscar: en seis de los últimos diez años hubo coincidencia en la elección de la Mejor Película.
-Goya. El premio de la Academia de España tiene poca relación con el resto de la temporada. Pero se trata de una de los eventos internacionales con mayor presencia argentina en los últimos años. Sin ir más lejos, en la ceremonia del 25 de enero estará La odisea de los giles entre las ternadas a Mejor Película Iberoamericana y Leonardo Sbaraglia como Actor de Reparto por su breve pero extraordinario trabajo en Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar. La última película del director de Todo sobre mi madre ocupa el segundo lugar del podio de las más nominadas con 16, por detrás de Mientras dure la guerra, de Alejandro Amenábar (17) y delante de La trinchera infinita (15). Una perlita de yapa: créase o no, el único Goya que tiene Antonio Banderas es uno honorífico otorgado por su carrera en 2015, dando uno de los discursos más genuinos y emotivos que se recuerden en el país ibérico. Todo indica que este año romperá la racha llevándose el premio a Mejor Actor protagónico por Dolor y gloria
 -Razzies: Probablemente el único premio que nadie quiere ganar sea el creado por el crítico John Wilson en 1980, cuando se propuso reconocer lo peor de la industria cinematográfica estadounidense. Ya la estatuilla –que cuesta menos de cinco dólares– es un chiste en sí misma: una frambuesa de plástico del tamaño de una pelota de golf pegada encima de un carrete de celuloide, todo pintado con aerosol dorado. Las estrellas solían enojarse ante lo que consideraban una ofensa, pero con los años empezaron a tomárselo en joda. Incluso varias han ido a recibir sus premios con orgullo. El primero fue Paul Verhoeven por la dirección de Showgirls (premiar al holandés habla de criterios de elección cuanto menos discutibles), y le siguieron, entre otras, Halle Berry (Gatúbela) y Sandra Bullock, que lo ganó por All About Steve un día antes de llevarse el Oscar por Un sueño posible, convirtiéndose así en la primera en quedarse con ambos premios el mismo año. Un logro que podría repetir esta temporada Adam Sandler (que supo llevarse ¡siete! por Una esposa de mentira y Jack & Jill), que suena tanto para el Oscar por su trabajo en Uncut Gems como para los Razzies por Misterio a bordo. Las nominaciones para la “gala” del 8 de febrero se conocerán el 12 de enero. 
 -Independent Spirit Awards: Quizás los verdaderos “anti-Oscars” sean estos premios otorgados a producciones con un presupuesto menor a 22,5 millones de dólares. De espíritu relajado, con ceremonias más descontracturadas e invitados vestidos casi de entrecasa, los Independent Spirit Awards se adelantaron a todos anunciando sus ternas el 21 de noviembre. Las principales favoritas para la ceremonia del 8 de febrero son Uncut Gems, de Benny y Josh Safdie, y The Lighthouse, de Robert Eggers, ambas con cinco nominaciones.
-Oscar: La madre de todas las batallas tiene una liturgia digna de misa vaticana. Todo arrancó el 16 de diciembre con el anuncio de las “shortlists”, es decir, una preselección de más de 100 películas elegibles en por lo menos nueve categorías, la mayoría secundarias. Este corte no fue superado por La odisea de los giles, enviada por la Academia de Cine argentina como representante nacional. Entre el 2 y el 7 de enero, dos días después de la entrega de los Globos de Oro, se llevará adelante la votación que conformará las ternas que se anunciarán el 13 de enero. Los elegidos tendrán un almuerzo el 27 de enero. Luego, entre 30 de enero y el 4 de febrero, habrá una nueva ronda de votación en la que los electores elegirán a sus preferidos de cada rubro (salvo en el caso de Mejor Película, donde no se vota una sino que se ordena por preferencias). Y así se llega hasta la gran ceremonia del 9 de febrero, cuando el mundo deje su gris habitual para teñirse de dorado.

Vinos de Chinos

Desde Instagram, dos publicistas destacan points donde conseguir buenos, ricos y baratos

Los mejores Vinos de Chinos: "En el vino hay que ser infiel"

Ignacio Jardón y Nicolás Goldstein llevan dos años revisando góndolas: acá sus bodegas recomendadas y una guía de mercados.

 Están abiertos casi siempre, en algunos barrios hasta hay uno por cuadra, tienen variedad, manejan buenos precios, El Kuelgue les dedicó un temazo (Góndola) y otros pibes una página en Instagram. ¡CHI! “Los chinos son una puerta fácil de entrada al mundo del vino: nadie te mira mal si no sabés, democratizan y, además, son baratos”, afirma Ignacio Jardón, publicista y dueño de la cuenta @vinosdechinos . ¡NO! “El vino siempre estuvo relacionado con el status, pero cada vez se fue sofisticando más”, asoma Nicolás Goldstein, también publicista y la otra mitad de Vinos de Chinos. ¡CHI-NO! “La formación suma, pero toda esa terminología en francés fue alejando a la gente”, sigue Jardón.

Entretanto, Vinos de Chinos reivindica y hace recomendaciones útiles. No son sommeliers ni estudiaron en la academia: son unos nerds que empinan el codo, gastan billete y siempre –siempre– están hablando de tomarse un vinito. Por eso el pelotazo es fuerte y al medio: buscan bueno y barato. Así, estos dos treintañeros se divierten bajando data, armando lazos, abriendo mapas y aportando a la discusión del vino desde un lugar más horizontal. “A la gente no le interesa qué es un tanino”, dice Jardón.
Para su métier, revuelven en algunas nociones básicas como que se luzcan con una etiqueta divertida, detectar qué bodega es la productora, advertir desperfectos corregidos por el azúcar y, fundamentalmente, que la uva corresponda a la zona en la que fue producida: torrontés o tannat en Salta, malbec en Mendoza, syrah en San Juan y pinot noir en la Patagonia.
Hay algunas zonas calientes para encontrar buenas góndolas de vinos de chinos. ¿El más interesante? El que queda debajo de la Autopista 25 de Mayo, en José María Moreno al 1000, en Parque Chacabuco. “Con este me le paro de manos a todas las winerys”, camorrea Goldstein. También se destacan el Super Melian Store, en Saavedra, frente al picante Barrio Mitre, y uno emplazado en el barrio de Liniers, en Timoteo Gordillo y Boquerón. “Ojo también con Villa Urquiza, que tiene excelencia en chinos”, coinciden. No obstante, consideran a Villa Crespo como la zona de los “chinos gourmet”, con la papa fina repartida entre los de Malabia al 400 y Aguirre al 600, enclave que originó el proyecto Vinos de Chinos. “Nuestra deuda es con el conurbano, ahí debe haber unos chinos increíbles”, aventura Goldstein.
Entre las recomendaciones indispensables de la cuenta están el Cordero con Piel de Lobo (un cabernet franc rosé de bodega Mosquita Muerta, que oscila entre los $170 y $220), los de Altosur (de Sophenia, que no superan los $200), los de Domaine Bousquet (debajo de los $200), el Fabre Montmayou ($200 aproximadamente) y el pinot noir de Portillo (vino joven, con tapa a rosca y valor de $150). ¿Vinos para sodeados? Vasco Viejo, López o Don Valentín Lacrado van bien para asustar con sodita.

“Lo que variaron los precios en estos dos años es ridículo”, refunfuña Goldstein delante de una góndola de vinos. A la sazón, los chinos siguen manejando un buen balance entre precio y calidad. Pero, ¿cuál es el secreto? “Compran en cantidad y en efectivo”, despeja dudas Jardón. Y sigue: “Hay muchos vinos de chinos que están en vinotecas, pero algunos de vinotecas no quieren estar en chinos porque lo ven como un mal canal”. Y no, no y no: “El chino no es un lugar negativo para comprar vino”, aclaran una y otra vez los Vinos de Chinos.
Por estos días, tras dos años de actividad, su cuenta junta a más de 30 mil seguidores y sus creadores saben de su influencia: “Una bodega nos reconoció que gracias a nosotros aumentó sus ventas”, explica Goldstein. “A veces nos escriben que hay barrios en los que se agotan los vinos por las recomendaciones que hacemos”, continúa Jardón. Y, muy posiblemente, este ecosistema siga latiendo con fuerza gracias a la cantidad y calidad de los vinos argentinos en todas sus gamas. “A valor del mundo, Argentina es una ganga. Acá, por 5 dólares tenés un vino de puta madre y, por ejemplo, en Napa Valley, California, un vino similar no baja de los 22”, se ensancha de orgullo Goldstein.
¿Cuál es el vino que compran con regularidad?
Jardón: En el vino hay que ser infiel, no hay que casarse con ninguna marca. Hay tanto para probar que tomar vinos de chinos resulta una experiencia infinita.
¿Y cuál es su sueño con todo esto?
Goldstein: Hacer un vino que se venda en los chinos, pero todavía nadie quiso poner la guita.

jueves, 19 de diciembre de 2019

La encrucijada económica que le espera a Alberto Fernández

Cómo cumplir con las obligaciones y alcanzar el pleno empleo

La encrucijada económica que le espera a Alberto Fernández

Por Agustín Mario

 Existe una cuestión acerca de la cual todas las fuerzas políticas, a pesar de sus marcadas diferencias, parecían estar de acuerdo: la política económica debe perseguir el objetivo de alcanzar (y sostener) un superávit fiscal.

La persecución de dicho objetivo se desprende de creencias/teorías equivocadas sobre el gasto público, el rol de los impuestos y, más en general, la naturaleza del dinero. Lo que es peor, la consecuencia es una economía que opera por debajo de sus posibilidades (con recursos desempleados). Por lo tanto, se hace necesaria una teoría alternativa: debemos cambiarnos los anteojos a través de los cuales analizamos la economía.
Puede afirmarse que la teoría económica neoclásica (y también buena parte de la clásica) explica la naturaleza del dinero prescindiendo del Estado. El Estado “se agrega” a una economía en la que ya existe el dinero; en pocas palabras, el dinero (y el valor) serían anteriores al Estado. En este marco, el valor del dinero suele atribuirse a que con él pueden adquirirse mercancías. No obstante, esta explicación es claramente insuficiente pues sólo traslada el problema: ¿por qué quien vende una mercancía acepta pesos a cambio de ella?
En realidad, como sostuvieron diversos autores “olvidados” por el mainstream (Knapp, Lerner, Keynes en el Treatise, y hasta el mismísimo Adam Smith), pensar el dinero sin el Estado es absurdo: el dinero es una “criatura del Estado” y, por lo tanto, no puede analizarse una economía monetaria sin la (previa) introducción del Estado.
El Estado impone una obligación impositiva pagable sólo en pesos (la moneda sobre la que posee el monopolio de emisión). El peso se define, entonces, como “lo que es necesario/aceptado para pagar impuestos”, es decir, ni más ni menos que un crédito fiscal.
De aquí que los impuestos crean desempleo: personas dispuestas a vender trabajo a cambio de pesos. Más en general, los usuarios de pesos deben ofrecer bienes y servicios de modo de hacerse de los pesos necesarios para cumplir la obligación impositiva. Los impuestos son suficientes (aunque no necesarios) para garantizar la demanda/aceptación del pesos (y otorgarle valor): “taxes drive money” (TDM).
El peso, como cualquier moneda (y mercancía), tiene un componente vertical (exógeno, sector público consolidado) y otro horizontal (crédito en el sector no público, cuya expansión bruta es endógena y se netea a cero). De hecho, una confusión usual, incluso entre economistas “heterodoxos”, es que si bien los préstamos crean depósitos, el crédito no puede crear activos financieros en términos netos (que sólo pueden provenir de la actividad vertical, las transacciones del sector público consolidado con los restantes sectores). En pocas palabras, la creación neta de pesos es un simple monopolio público.
Ahora bien, una vez que se comprende que el peso es un monopolio público, resulta evidente que el Estado (sector público consolidado) debe gastar/prestar antes de que los usuarios de pesos puedan pagar efectivamente el impuesto. Del mismo modo, al sacar una entrada para el cine, el emisor tiene que entregarla antes de que el usuario pueda usarla para entrar al cine. Pero entonces el gobierno no necesita recaudar para gastar; más bien, los usuarios de pesos necesitan que el Estado gaste para poder cumplir la obligación impositiva.
De hecho, en un hipotético “primer período fiscal” de la economía, alcanzar un superávit es imposible para el sector público; en los períodos subsiguientes, el superávit es posible (pero su magnitud está acotada por los déficits previos acumulados).
De aquí no debe concluirse que los impuestos no sean necesarios; los impuestos son necesarios, más aún, indispensables aunque no para “financiar” al gasto. La obligación impositiva induce a los usuarios de pesos a ofrecer bienes y servicios a cambio de pesos y, de ese modo, movilizan recursos privados al sector público.
Lo que es más importante, el Estado no tiene restricciones financieras en pesos: puede cumplir cualquier pago denominado en pesos. Del mismo modo en que a nadie se le ocurre preguntarse de dónde obtiene los puntos quien los asigna en el marcador de un partido de tenis, no tiene sentido preocuparse por la posibilidad de que el Estado “se le acaben” los pesos.
Claro que pueden existir limitaciones “auto-impuestas” que limiten la capacidad del gobierno para gastar en pesos, por lo general derivadas de las creencias equivocadas que mencionamos anteriormente. Si, por algún motivo, la sociedad llegará a creer que fuera peligroso caminar al ritmo que lo hacemos normalmente en la actualidad, podría sancionarse una ley que nos obligara a atarnos los cordones de un zapato con los del otro. Por absurda que pueda parecer la analogía, esto es precisamente lo que hacen los gobiernos al limitar el tamaño de sus déficits.
Pero, entonces, ¿implica este argumento que el gobierno debe gastar (y crear pesos) sin límite alguno? De ninguna manera. Implica, simplemente, que las opciones de política deben evaluarse en función de sus efectos sobre objetivos políticamente determinados; no por incrementar/disminuir el déficit/superávit. En términos simples, el déficit no es bueno (ni malo) en sí mismo: las finanzas públicas deben ser funcionales a los objetivos de política.
Como cualquier estudiante de Economía I debería saber, debido a que el gasto de una persona es el ingreso de otra, a nivel agregado, el ingreso debe ser igual al gasto. O, lo que es lo mismo, la suma de los superávits de los diferentes sectores debe anularse. El déficit del gobierno es igual a la suma de los superávits del sector privado doméstico y el sector externo. Si el sector no gubernamental desea ahorrar (no gastar la totalidad de sus ingresos) pesos en términos netos, sólo el déficit público permite hacerlo efectivo. Un deseo colectivo en el sector privado sólo puede ser resuelto en el componente vertical.

Quien probablemente sea el principal exponente académico de lo que ha dado en llamarse TMM (Teoría Monetaria Moderna), L. Randall Wray utiliza el siguiente ejemplo para ilustrar el problema del desempleo: "Digamos que tenemos 10 perros y enterramos 9 huesos en el jardín. Enviamos a los perros a encontrar los huesos. Al menos un perro volverá sin un hueso. Decidimos que el problema es la falta de entrenamiento. Ponemos a ese perro en un riguroso entrenamiento sobre las últimas técnicas de búsqueda de huesos. Enterramos 9 huesos y mandamos a los 10 perros afuera de nuevo. El perro entrenado termina con un hueso, pero algún otro perro vuelve sin un hueso (con la lengua afuera, por decirlo así)". La educación, la capacitación y el esfuerzo individual, aunque beneficiosos, no solucionan el desempleo. Resulta obvio que estas políticas sólo pueden redistribuir el desempleo de un grupo a otro. La causa del desempleo a nivel agregado es la insuficiencia del gasto (y no las características de los desempleados).
Por lo tanto, limitar el gasto (tener un objetivo de superávit fiscal) es irracional: mientras que el único “costo” del pleno empleo es financiero (acreditar cuentas bancarias con pesos), el desempleo tiene un costo real, los bienes y servicios que dejan de producirse.
El desempleo es, entonces, evidencia de un déficit público demasiado pequeño. El gobierno puede aumentar el gasto adquiriendo el trabajo desempleado (que, por definición, está a la venta en pesos) hasta satisfacer el deseo de ahorro del sector no gubernamental o, lo que es lo mismo, hasta alcanzar el pleno empleo.
Hay, sin embargo, un aspecto particular de la situación argentina que debe tenerse en cuenta: la deuda en moneda extranjera. El dólar tiene un precio en pesos (el tipo de cambio): si encuentra vendedores dispuestos, el gobierno puede comprar los dólares requeridos para pagar la deuda. No obstante, no está en posición de decidir el precio al que adquiere los dólares. El incremento del tipo de cambio, generado por la mayor demanda de dólares para cumplir los compromisos en moneda extranjera, podría derivar en un aumento del gasto del sector público consolidado tal que agotara el espacio de política fiscal dado por el deseo de ahorro de pesos del sector no gubernamental (el ingreso que no se desea gastar). Esta es, ciertamente, una “restricción externa” para la economía argentina.
Se trata, de hecho, de un caso particular de una situación más general: gastar “demasiado” en otros objetivos agota el espacio fiscal e imposibilita el pleno empleo (a menos que los desocupados pudieran emplearse en la producción de dólares).
Además, en la medida en que este gasto no estaría basado en una regla de precio (de hecho, el gobierno no podría decidir ni el precio -el tipo de cambio- ni, por ende, la cantidad de pesos gastados -dada por el producto entre el tipo de cambio y la magnitud de los compromisos en dólares-), sería inflacionario (y, probablemente, hiperinflacionario).
He aquí la encrucijada: más temprano que tarde, el próximo gobierno deberá decidir entre cumplir sus obligaciones en moneda extranjera y tener una economía con pleno empleo.

Agustín Mario es docente-investigador CEEPyD, DEyA-UNM

miércoles, 18 de diciembre de 2019

El conocimiento en exposición

El conocimiento en exposición: unos cien museos dependen de universidades nacionales

Unos cien museos dependen de universidades nacionales. Son una herramienta más de conocimiento para la comunidad educativa, pero también para acercarse a la sociedad. Desde estos espacios advierten sobre la dificultad que implica depender de un presupuesto afectado por los vaivenes políticos.  

Por Edgardo Nuñez

 Un centenar de museos de Argentina depende de distintas universidades públicas, tanto a nivel administrativo como económico. Estos espacios cuentan con las ventajas y desventajas de ser gestionados por establecimientos académicos ya que dependen, al igual que las universidades, de los vaivenes del presupuesto educativo.

Existen algunos enormes, históricos y reconocidos mundialmente, como el Museo de Ciencias Naturales de La Plata que fue fundado en 1884, y en 1997 declarado como Monumento Histórico Nacional. O el caso del Museo Etnográfico, que fue fundado en 1904 y es uno de los más antiguos pertenecientes a la Universidad de Buenos Aires y cuenta con una colección de más de cien mil objetos.
El arte de detener el tiempo de distintos objetos y que sean usados para el estudio y la observación no es de lo único que se encargan los museos. Resulta impresionante poder viajar al pasado y ver fósiles de la Era Mesozoica, que se extiende entre los 250 y los 66 millones de años, aproximadamente. Pero en los museos también hay objetos de la actualidad que se utilizan, en muchos casos, para hacer actividades que acercan al público y lo entretienen, además de enseñar.
Tal es el caso del Museo Imaginario que pertenece a la Universidad Nacional de General Sarmiento. En ese espacio ubicado en San Miguel se realizan “mateadas científicas” en un intento concreto, y bien argentino, de acercar la ciencia a la comunidad.
Claramente no todo es tan sencillo, los administradores se encuentran con el desafío diario de mantener en condiciones las instalaciones con el presupuesto que les destinan las universidades. En muy pocos casos el presupuesto es basto para satisfacer su funcionamiento, sobre todo porque parte de los equipos que necesitan para trabajar en investigación es importado.

Vínculos con la comunidad

En la ciudad de La Plata la comunicación y participación de los museos entre sí se optimizó en 1997 con la creación de la “Red de museos de la UNLP”. Empezaron sólo seis, pero ahora son 18, ya que gracias a esta red muchas instituciones que tenían el material y la capacidad administrativa dieron un paso adelante y crearon sus propios museos.
La directora de la Red de Museos, Alicia Loza, precisó en dialogo con el Suplemento Universidad que cada museo depende de su unidad académica, pero la Red, directamente de la presidencia de la Secretaria de Arte y Cultura, y destacó que gracias a este sistema “se pudieron hacer congresos nacionales e internacionales, porque los museos tienen un gran empuje en la investigación”.
Los museos de la Universidad Nacional de La Plata son cercanos a la comunidad, y no sólo a la educativa, también a la sociedad en general. Muchos estudiantes y profesores trabajan en los establecimientos, realizando pasantías o investigaciones, y en muchos casos se ponen al frente de visitas guiadas con las que logran el acercamiento a todos los niveles, como jardín de infantes, primarios y secundarios.
“El trabajo en los museos depende de la unidad académica. Hay colegios universitarios que articulan las visitas y los temas académicos. Esta conexión que existe a través de la Red logra un intercambio igualitario, museos chicos participan con museos grandes”, resaltó Loza.
Una de las encargadas del Museo Imaginario, Carolina Irschick, valoró la importancia del acercamiento de la comunidad a los museos ya que –enfatizó- “muchos de los chicos de los barrios no habían llegado ni al centro de San Miguel, mucho menos a Capital Federal; venir a este museo es salir y conocer, y eso es muy importante”.
El vínculo con los estudiantes universitarios también es muy fuerte. En los últimos años más de 200 guías circularon por los pasillos del museo, y esto les da un empuje más a su carrera. Carolina destacó que es un doble beneficio: “La mayoría de los visitantes son de los barrios periféricos, y cuando llegan de los colegios los alumnos ven a dónde pueden llegar”.
También, Irschick lamentó que se haya terminado con el programa “Ronda Cultural”, un paseo en micro con el que llevaban a los estudiantes a conocer tres museos. “Fue lamentable que eso se haya cortado hace unos años”, cuestionó.
Con 16 años de antigüedad, el museo intenta administrar los recursos de la forma que les permita permanecer y crecer, aunque los tiempos económicos no siempre ayudan. Sin embargo, creen que es un orgullo propio contar con una estructura seria de trabajo que pueda amortiguar tanto los momentos malos como buenos.
El Museo Etnográfico, dependiente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, también se reconoce a si mismo como una institución que tiene como principal objetivo el acercamiento a la comunidad. Desde la educativa, hasta las familias y turistas. Cuenta con un aula que es utilizada por algunas cátedras de la Universidad para dar clases, y cientos de estudiantes que realizan trabajos de investigación con el material que cuentan.
La museóloga y encargada del área de conservación del Museo Etnográfico, Verónica Jeria, resaltó que es uno de los pocos museos que tiene edificio propio, a diferencia de la mayoría que están en el edificio de la facultad a la que pertenecen. Aun así, el 95 por ciento de la colección se encuentra almacenada por falta de espacio, y la colección prácticamente no sigue creciendo por el mismo motivo.

En cuanto a los proyectos, hay muchos. En trato con distintas secretarias e instituciones se consigue financiamiento y crecimiento. Jeria mencionó que “uno de los más importantes es el trabajo que se realiza por convenio con el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología hace más de tres años. El Ministerio aporta fondos por años para realizar investigación en conservación de colecciones. Este es un ejemplo de financiamiento estatal, pero que proviene de una entidad que no es la habitual”.
Ventajas y desventajas de pertenecer a una universidad
Entre varias de las desventajas que existen está la cuestión presupuestaria, ya que depende de “tiempos políticos”. Se debe aprender a trabajar con esos vaivenes. A esto se le suma la preponderancia que se le da dentro de la misma institución universitaria, y la realidad es que en la mayoría de los casos la mantención de los museos no es una prioridad absoluta.
¿Cómo resolverlo? En el caso de los museos pertenecientes a la UNLP es de gran ayuda la Red de Museos. Tiene un presupuesto propio que es destinado a la ayuda de los que lo necesitan, y a esto se le suma la propuesta de colaboración de becarios para determinados proyectos que duren un tiempo pactado.
En el caso del museo Etnográfico, cuenta con distintas formas: una de ellas es la “Asociación Amigos del Museo”, una asociación civil sin fines de lucro que existe para sostener y apoyar al museo con diversos eventos que se realizan para recaudar fondos.
Pero lo más engorroso para todos es perderse en los laberintos burocráticos que exigen cientos de papeleos por temas que se puede resolver fácilmente.
Con respecto a las ventajas, en los tres casos existen coincidencias de opinión. Pertenecer a una institución educativa es un sello de garantía de continuidad, ya que no se trata de un proyecto con fondos privados que puede ser cerrado si su dueño lo desea. Ya sea mucho o poco el presupuesto que se maneje, siempre hay un espacio para la conversación y negociación sobre la partida que se les dará, pero jamás se discute su existencia.
Por definición, la universidad es un espacio donde se producen conocimientos, y en este término los museos no son un simple espacio de observación, sino que es una piedra fundamental en la democratización del saber y el hacer. La cantidad de gente que interviene también garantiza esa práctica democrática, ya que casi todo tema a tratarse se lleva a debate. Y lo más importante, es tener en cuenta el derecho de todos al acceso a nuestro patrimonio cultural.